martes, 4 de febrero de 2014




La década de la brevedad

Nos levantamos con el tiempo justo para ir a trabajar, desayunamos café de capsula en parte porque es más rápido y en parte porque lo anuncia Cloney –también de relaciones breves, por cierto-. Comida rápida al volver a casa y eso que nos encanta cocinar, pero no tenemos tiempo. Nunca. Vistazo a las redes sociales. No abrimos ningún comentario con más de diez líneas ni videos de más de dos minutos. Menudo rollo seria. Mensaje a un amigo o amiga por whats app: cañita a las 8. Ni qué tal te va, ni leches. El destinatario está escribiendo. Ok, responde. Eso, brevedad. Nos tomamos esa cervecita en compañía…. de nuestros respectivos móviles, por supuesto. Frente a frente. Cada uno tecleando de forma independiente. Vuelta a casa. Vemos el capítulo de alguna serie. Nada de películas, dos horas de duración es una bestialidad. Y encima anuncios. Que va. Hay varios mensajes en el móvil. Todo impersonal. Son videos o chistes graciosos. Enlaces a cosas breves. Todo de prisa y corriendo. ¿Para qué? Pues para nada. Cuánto más rápido vamos hacia ninguna parte más pequeños se van haciendo los placeres de la vida, porque no nos paramos a saborearlos, y más intensa nuestra autodestrucción, nuestra deshumanización. Se pierden las miradas y toda su variedad de mensajes callados, de solidaridad, de amor, de deseo, de tristeza. Quedan las del Photoshop, eso sí, más coloridas y sin patas de gallo. A este paso perderemos hasta la capacidad de hablar, ¿para qué gastar saliva si podemos mandar mensajes de texto? Y ya en nuestro lecho de muerte, en el que yaceremos mucho antes de lo que nos imaginamos, por culpa de esta prisa loca, tras cancelar nuestro perfil de las redes sociales, y cambiar nuestro estado en el whatss por no disponible, una pregunta nos reconcomerá por dentro: Tanto correr, ¿para qué? Si la meta es la misma para todos, de sobra conocida. Y temida. Stop. Parémonos en seco todos en un momento que estemos sin batería en el móvil y en lugar de buscar un sitio donde enchufar el teléfono, miremos lo que nos rodea y a quienes nos rodean, busquemos sus ojos y no los de las pantallas led y disfrutemos de ellos. Podemos. Aún.

J.D.


(Publicado en El Progreso en enero-2014)

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